Biomimesis y el Cambio Climático
Su
origen (como teoría) se remonta a 1997, con la publicación de “Biomimicry:
Innovation inspired by Nature”, de la bióloga y escritora estadounidense Janine
M. Benyus, y se podría definir como la parte de la ciencia que se encarga de
estudiar a la naturaleza, a la vida en la Tierra como fuente de inspiración,
para imitar sus procesos, valiéndose de las nuevas tecnologías, y así ofrecer
soluciones innovadoras a problemas humanos que la naturaleza ha resuelto
mecánica o químicamente, a través de modelos de sistemas, procesos o elementos
que imitan o se inspiran en ella.
Biomímesis es un término
proveniente del latín bio que
significa "vida", y mimesis
que significa “imitar”; también se conoce como biomimética o biomimetismo. Este
término es el más utilizado en literatura científica e ingeniería para hacer
referencia al proceso de entender y aplicar a problemas humanos soluciones
procedentes de la naturaleza, en forma de principios biológicos, de
biomateriales de cualquier otra índole.
La naturaleza, el universo en
sí, le lleva al ser humano millones de años de ventaja en cualquier campo; es
por ello que es más ventajoso copiarla que intentar superarla, como es el caso
del kevlar o poliparafenileno tereftalamida, que es semejante a biotejidos como
la seda de araña. Otro ejemplo simple es la cabeza tractora de ciertos trenes
de alta velocidad cuya forma aerodinámica se basa en la de la cabeza de ciertas
especies de aves.
La biomímesis, no obstante, va mucho más allá y no solo nos puede ayudar a fabricar materiales más resistentes o con más aplicaciones, sino que también, gracias al estudio de la naturaleza, hemos sido capaces de desarrollar estructuras enteras que han permitido solventar cuestiones que el diseño tradicional no ha sido capaz de ofrecer. Ejemplo de ello es el complejo de oficinas y centro comercial Eastgate Building, en Harare, Zimbabue, que, a pesar de carecer de aire acondicionado y encontrarse en una de las regiones más calurosas del Planeta, tiene su propio sistema interno de control de la temperatura y ventilación, inspirado por la estructura de los montículos de las termitas.
Según estudios recientes, la estructura de los termiteros de la especie africana Macrotermes michaelseni, constituidos por una gran “chimenea” que sale a la superficie, y un gran nido interior, oculto bajo tierra, funciona al estilo de un pulmón, facilitando el intercambio de gases en la colonia subterránea. Impulsadas por el calor solar que recibe el montículo exterior, donde el aire caliente, menos pesado, se disipa, renovando el aire más frío en la base, se generan corrientes de aire internas en la red de conductos subterráneos, excavados por las termitas, que actúan como fuente de refrigeración, permitiendo la ventilación del nido. Emular esta estructura permitiría desarrollar sistemas de control de clima y ahorro de energía en nuestros edificios y, eso es precisamente lo que hicieron los arquitectos que diseñaron este complejo de edificios, y, por consiguiente, la ventilación del Eastgate cuesta una décima parte que la de un edificio equipado con aire acondicionado estándar y consume un 35% menos de energía que seis edificios convencionales. Durante los primeros cinco años de su construcción, se ahorraron alrededor de 3,5 millones de dólares (más de 2,5 millones de euros) en gasto energético gracias a su diseño.
No queda duda que lo anterior
nos sirve como una gran muestra de que podemos dejar de impactar negativamente
a la naturaleza y comenzar a trabajar de la mano del medio ambiente, utilizando
como herramientas de desarrollo modelos creados por la naturaleza y de esta
manera mitigar o reducir el impacto negativo que día a día le ocasionamos al
medio que nos rodea.
Edificar, construir y avanzar
imitando al medio ambiente definitivamente nos favorece económica y
ecológicamente y sin dudas, el planeta nos lo agradecerá.
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